El pirata Garrapata (fragmento)

23/02/2022 - C.M. - 6ºC

Texto

Obra: El pirata Garrapata
Autor: Juan Muñoz Martín

Música

Obra: Desconocida

GARRAPATA era un hombre feroz y barrigudo que tenía una pata de palo y un garfio de acero en vez de mano. Era el terror de Londres. Tenía la nariz gorda y colorada como una berenjena y la cara picada de viruelas. Le faltaba media oreja y llevaba un parche negro para taparse un ojo de cristal. Por lo demás, no era demasiado feo. Vivía escondido en una alcantarilla y sólo salía por las noches a las tabernas del puerto, llenas de forajidos como él. Casi siempre iba a la taberna del Sapo Verde, que tenía siete puertas, para poder huir en caso de peligro. Era el mejor jugador del puerto. Jamás perdía. Y si perdía, pegaba cuatro tiros al que le ganaba. Bebía mucho ron, ginebra y aguardiente, pero nunca se emborrachaba. Sólo algunas veces lo hacía con gaseosa.

La taberna del Sapo Verde estaba en una callejuela. Aquella noche, Garrapata estaba jugándose las pestañas con cuatro individuos de mala catadura. Iba perdiendo una bolsa de dinero cuando se levantó, tiró la mesa patas arriba, dio un puñetazo a un jugador y le puso la cara del revés.

—¡Toma, por tramposo!

El jugador sacó una navaja. Garrapata empuñó la pistola, le sacó brillo con el pañuelo, y de un pistoletazo lo dejó tieso en el suelo.

—Me han matado —dijo el hombre; y estiró la pata.

Garrapata sacó una carta del zapato del muerto, enfundó la pistola y se sentó tranquilamente en una mesa. El posadero metió al muerto en un saco y se lo llevó. Los hombres de las mesas siguieron bebiendo y uno dijo:

—¡Qué tío! Lleva ocho muertos esta semana.

—Eso no es nada.

—¿Por qué?

—Porque la otra semana liquidó a dieciséis.

En ese momento, un abrigo negro dio un puntapié a la puerta y fue a sentarse junto a Garrapata. El abrigo llevaba una gran bufanda y un sombrero negro de ala ancha. Por debajo se veían solamente unos zapatos.

—Buenas noches, Garrapata.

—¿Quién es usted? —dijo Garrapata.

—Un desconocido.

—Entonces, mucho gusto en conocerle.

—¿Jugamos una partida? —dijo el abrigo.

—¿Al mus? ¿A las siete y media?

—A las ocho.

—Está bien. ¡Posadero, una barajaaa...!

El posadero trajo la baraja, un barril de ron y dos vasos. Garrapata puso el revólver encima de la mesa y el desconocido dijo:

—Muertos no, honorable Garrapata.

Una multitud de curiosos se reunió alrededor, ávidos de ver otro muerto. El posadero preparó el saco. Garrapata disparó al aire y los curiosos salieron corriendo por la puerta.

—Gracias —dijo el abrigo.

—De nada —dijo Garrapata.

—¿Sabe quién soy?

—Sí. El jefe de policías y ladrones, lord Chaparrete.

—¿Cómo lo ha sabido?

—Por la nariz.

—¿Qué le pasa a mi nariz?

—Que es más larga que un día sin pan.

El desconocido se quitó el sombrero y quedaron al descubierto una nariz de tres palmos y dos ojos pequeñitos como cabezas de alfiler.

—¡Qué feo es usted, caramba! —dijo Garrapata—. ¿Por qué es tan feo?

—Para asustar a los ladrones.

—Pues a mí no me asusta.

—Porque usted no es un ladrón vulgar, usted es el hombre más criminal y más osado de Londres.

Lord Chaparrete era alto y huesudo como un espantapájaros. Sacó un cuadernillo y un lápiz y preguntó:

—Garrapata, ¿cuántos muertos lleva con el de esta noche?

—Cuatrocientos quince.

—¿Cuántos heridos?

—Ninguno. Yo al que mato no se levanta.

—¿Cuántos robos?

—Trescientos veintisiete.

—¿Cuántas bofetadas?

—Tres mil ochocientas dos.

—¿Alguna cosilla más?

—Sí. Una patada en el trasero a un guardia de la porra.

—Está bien, sumemos.

El hombre echó la cuenta en el cuaderno y exclamó:

—¡Cuatro mil quinientos cuarenta y seis!

—Cuatro mil quinientos cuarenta y cinco. No exagere... —dijo Garrapata.

—Es la propina. ¿Quiere poner aquí debajo las huellas animales?

Garrapata mojó la mano en vino y la plantó en el cuaderno.

—¿Le pongo el pie también?

—No, basta con la mano —dijo lord Chaparrete. Y añadió—: ¿Sabe lo que le digo?

—No, no lo sé.

—Pues que es usted el hombre que busco. Un hombre feroz, sanguinario, ladrón, astuto, criminal, bruto, cojo, tuerto, picado de viruelas y con un gancho tan horrible como el suyo.

—Hombre..., gracias. ¿Y para qué quiere una fiera tan corrupia?

—Para hacerle capitán de un buque pirata.

—¿De qué buque?

—Del Salmonete.

—¿Cuál? ¿Ese buick que está anclado en el puerto?

—Sí. El mismo.

—¡Pero si ya tiene capitán!

—Le mataremos y usted ocupará su puesto.

—¡Pero si yo no he visto un buque en mi vida!

—No importa. Usted tiene su pata de palo, su gancho, su ojo de vidrio... ¡Será un pirata estupendo!

—¡Pero si yo no sé nadar, y además me mareo en seguida!

—No importa. Aprenda en la bañera de su casa.

—No tengo. Además, ¿cómo se conduce el barco?

—Con el timón.

—¡Pero si yo no sé ni qué es eso!

—¡Ya aprenderá! Aquí tiene varios libros: Cómo navegar en un día de tormenta, Cómo no darse cacharrazos con los otros barcos...

—¿Y si, a pesar de todo, nos los damos?

—Para eso, aquí tiene otro libro estupendo: Cómo echarle un parche a un barco en alta mar.

—Está bien. Pero ¿y qué saco yo de todo esto?

—El cinco por ciento de lo que robemos.

—¿Es que va a ir usted también?

—Sí. Yo iré de contramaestre.

—¿Y eso qué es?

—No lo sé, pero ya lo aprenderemos.

—Y el cocinero, ¿de dónde lo sacamos?

—Lo robaremos.

—¿Y los marineros?

—Los robaremos también.

—Está bien. ¿Cuándo empezamos?

—Mañana mismo. Nos encontraremos en la taberna del Chino.

—¿A qué hora?

—A las doce de la noche.