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La leyenda de Sleepy Hollow (fragmento)

Obra: La leyenda de Sleepy Hollow

Autor: Washington Irving

Tipo de texto: Narrativo


[...]En aquel preciso momento un ruido como de algo que se movía en el agua, al lado del puente, llegó al sensible oído de Crane. Entre las obscuras sombras del bosque, al borde del arroyo, observó una cosa grande, mal conformada, negra y alta. No se movía, pero parecía acechar en la obscuridad, como un monstruo gigantesco, pronto a echarse sobre el viajero.

Al pobre pedagogo se le pusieron los pelos de punta. ¿Qué debía hacer? Era demasiado tarde para volver grupas y huir, y además, ¿cómo escapar de un caballo fantasma que corría en alas del viento? Haciendo acopio de todo su valor, preguntó con voz temblorosa: «¿Quién es usted?» Nadie le respondió. Repitió su pregunta con voz aun más alterada. Tampoco recibió ninguna respuesta. Aporreó en los costados al viejo Pólvora y, cerrando los ojos, empezó a cantar un salmo con involuntario fervor. Parecía que aquel objeto, causa de todas sus alarmas, había esperado sólo eso para ponerse en movimiento, y de un salto se colocó en el medio del camino. Aunque la noche era oscura, podía distinguirse algo de la forma del desconocido. Parecía ser un gigantesco jinete, montado en un caballo negro de no menores dimensiones. No se presentó ni saludó, sino que se mantuvo solitario en un lado del camino, hasta que avanzó lentamente al lado de Pólvora, que había sobrepasado ya su miedo y sus mañas.

Crane, que no tenía mucha confianza en aquel extraño compañero que le regalaba la medianoche y que se acordaba de la aventura de Brom Bones con el jinete sin cabeza, espoleó a su cabalgadura, esperando dejarle atrás. El extraño hizo exactamente lo mismo, por lo que se encontró a la par de Crane. El corazón de éste se le quería salir por la boca; intentó proseguir cantando el salmo que había empezado, pero su lengua reseca estaba pegada al paladar y no pudo pronunciar una palabra. Había algo en el opresivo y terco silencio de aquel pertinaz compañero que era misterioso y enloquecedor. Pronto quedó explicado. Cuando el camino empezó a ascender, la figura de su acompañante se destacó sobre el cielo más claro: era un gigante. Crane se quedó aterrorizado al observar que no tenía cabeza, pero su horror llegó al máximo cuando se percató de que la cabeza, que debía estar sobre los hombros, se encontraba sobre la silla, delante del jinete: su miedo llegó a la desesperación. Cayó sobre Pólvora un diluvio de golpes y de espolazos, en la esperanza de dejar atrás a su compañero. Pero el espectro avanzó a la misma velocidad. Corrían sacando chispas del suelo. La levita de Crane volaba por el aire, mientras éste, con el flaco cuerpo inclinado sobre la cabeza del caballo, trataba de huir a todo galope.

Finalmente llegaron al cruce de caminos de donde se desprende el que va al Valle Dormido. Pero Pólvora, que parecía poseído por el mismo demonio, en lugar de seguir por allí, se desvió y entró por el camino que conducía a las colinas.

ÿste está rodeado de árboles durante un trecho de casi medio kilómetro, donde cruza el puente famoso de la historia del aparecido. Más allá se levanta la pequeña colina, sobre la que se encuentra la iglesia de blancos muros.

Hasta ahora el pánico de su cabalgadura había dado una ventaja aparente a Crane, que no era muy hábil jinete. Cuando había atravesado la mitad del valle, cedió la cincha y sintió que se deslizaba por debajo de él. La agarró con una mano tratando de asegurarla, pero todo fue en vano. Tuvo tiempo de agarrarse al cuello de Pólvora, la silla cayó a tierra y oyó cómo el caballo de su perseguidor la pisoteaba. Por un momento le asustó el pensamiento de la rabia que sentiría Hans Van Ripper, pues era su montura de paseo, que utilizaba sólo los domingos, pero no tenía ahora tiempo para ocuparse de niñerías. El espectro se acercaba cada vez más, y, como era muy mal jinete, le costaba enormes esfuerzos mantenerse sobre el caballo: algunas veces se deslizaba hacia un costado, otras al opuesto, y a veces caía sobre el animal con tal violencia que temía iba a quedar hecho pedazos.

Por la relativa escasez de árboles, se imaginó que estaba cerca del puente de la iglesia. Una plateada estrella que se reflejaba en el agua le confirmó en esta creencia. Distinguió los blancos muros, que relucían entre los árboles a la distancia. Recordó el lugar donde había desaparecido el espíritu, que había corrido una carrera con Brom Bones. «Si puedo llegar al puente -pensó Crane- estoy salvado». En aquel momento oyó muy cerca de él la negra cabalgadura de su perseguidor, y hasta se imaginó que sentía su cálido aliento. Otro golpe en las costillas y el viejo Pólvora saltó hacia el puente, cuyas tablas resonaron bajo sus pisadas, llegó al lado opuesto, desde donde Crane miró hacia atrás para ver si su perseguidor, de acuerdo con todos los relatos, desaparecía entre llamaradas de fuego y azufre. Vio entonces que el fantasma se ponía de pie sobre el caballo y se disponía a tirarle con su testa. Crane trató de hurtar el cuerpo a tan horrible proyectil, pero era demasiado tarde: la cabeza del jinete que carecía de ella, dio en la suya con tal fuerza que lo arrojó del caballo al suelo, desde donde pudo ver pasar a Pólvora y al caballo negro con su jinete como una exhalación.

A la mañana siguiente, Pólvora apareció sin silla y con la brida entre las patas, mordiendo tranquilamente el pasto en los terrenos de su dueño. Crane no se presentó a la hora del desayuno, ni tampoco a la de la comida. Los escolares, que se encontraron en la escuela a la hora acostumbrada, pasaron el tiempo en la orilla del arroyuelo, pero el maestro no aparecía. Hans van Ripper empezó a sentir preocupación por el pobre Crane y por su silla. Se inició una diligente investigación que pronto permitió descubrir algunos hechos. Se encontró la montura en un cierto lugar del camino que conducía a la iglesia, pero estaba completamente inservible. Las huellas de los caballos se marcaban profundamente en el suelo, lo que demostraba que habían corrido a una velocidad fantástica. Llegaban hasta el puente, donde se encontró, junto al arroyo, el sombrero del infortunado Crane y pedazos de un melón.