Javier, cansado, harto de pelear durante todo el día con sus alumnos, cerró la puerta de un portazo y se dirigió, pensativo, arrastrando los pies hacia la salida de su colegio. El pasillo estaba oscuro, todos se habían ido ya para sus casas. Giró hacia la salida y se encontró con las puertas de los armarios en que sus alumnos dejaban las mochilas y los abrigos abiertas de par en par.
-¡Malditos! -masculló-, no hay manera de que cumplan las normas. Mañana se acordarán de mí.
Se acercó lentamente para cerrarlas y curioso se asomó para ver si se habían dejado algo olvidado. De pronto, algo extraño sucedió...