Uno de los juegos preferidos por las gamuzas jóvenes es muy parecido al descenso en estilo libre en esquí: la gamuza se encarama en lo alto de un helero muy escarpado, se acuclilla, se impulsa con las patas posteriores y se deja deslizar pendiente abajo por espacio de cien o ciento cincuenta metros, hasta el fondo de la pendiente. Las demás gamuzas contemplan la escena y van descendiendo cuando les llega el turno.
Este «espíritu deportivo» ofrece la medida de las excelentes facultades de la gamuza, su amor a la vida comunitaria y la maravillosa organización de sus pequeños grupos. La gamuza es una trepadora extraordinaria, una óptima saltadora, está dotada de olfato, vista y memoria notabilísimos, conoce todos los secretos de la montaña y sabe prever los cambios climáticos.
Las hembras y los individuos jóvenes viven en manadas. Al parecer -si bien algunos especialistas lo niegan-, la hembra jefe es elegida por sus compañeras y depuesta si no se muestra capaz de su misión.
Como quiera, no se puede negar la asombrosa división de las funciones entre los miembros de la manada: mientras la mayoría pasta, algunas gamuzas permanecen en vigilancia; cuando dan la señal de peligro -un silbido y un pateo sobre la roca-, todas las demás huyen ordenadamente, primero la jefe, después las crías, seguidamente las jóvenes de un año y a continuación las demás.
Cuando deben moverse por un terreno desconocido, el grueso de la manada se detiene, mientras algunas exploradoras avanzan en descubierto, tentando el terreno, con precaución para estar seguras de que ningún peligro -por ejemplo, un alud- amenaza a sus congéneres.
Se cuentan casos conmovedores de gamuzas que han acompañado a otra herida hasta una casa, alejándose sólo al tener la seguridad de que los hombres van a atenderla.