Narrador y perspectiva. Contexto sociopolítico
La Regenta (fragmento II)
Autor: Leopoldo Alas | Tipo de texto: Narrativo | Etapa: Secundaria | Lecturas: 963
Compartido por: @musita2 el 2011-11-05
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La lluvia, el aburrimiento, la piedad, la costumbre, trajeron su contingente respectivo al templo, que estaba todas las tardes de bote en bote. No cabía ni un vetustense más.

Los jóvenes laicos de la ciudad, estudiantes los más, no se distinguían ni por su excesiva devoción, ni por su impiedad prematura; no pensaban en ciertas cosas; los había carlistas y liberales, pero casi todos iban a misa a ver las muchachas. A la novena no faltaban; se desparramaban por las capillas y rincones de San Isidro, y terciando la capa, el rostro con un tinte romántico o picaresco, según el carácter, «se timaban», como decían ellos, con las niñas casaderas, más recatadas, mejores cristianas, pero no menos ganosas de tener lo que ellas llamaban «relaciones». Mientras el padre Martínez repetía por centésima vez -y ya llevaba ganados unos cinco mil reales- que como el dolor de una madre no hay otro, y echaba sin pizca de dolor propio, sobre la imagen enlutada del altar, toda la retórica averiada de su oratoria de un barroquismo mustio y sobado, el amor sacrílego iba y venía volando invisible por naves y capillas, como una mariposa que la primavera manda desde el campo al pueblo para anunciar la alegría nueva.

Ana Ozores, cerca del presbiterio, arrodillada, recogiendo el espíritu para sumirlo en acendrada piedad, oía el runrún lastimero del púlpito, como el rumor lejano de un aguacero acompañado por ayes del viento cogido entre puertas. No oía al jesuita, oía la elocuencia de aquel hecho patente, repetido siglos y siglos en millares de pueblos: la piedad colectiva, la devoción común, aquella elevación casi milagrosa de un pueblo entero prosaico, empequeñecido por la pobreza y la ignorancia, a las regiones de lo ideal, a la adoración del absoluto por abstracción religiosa. En esto pensaba a su modo la Regenta, y quería que aquella ola de piedad la arrastrase, quería ser molécula de aquella espuma, partícula de aquel polvo, que una fuerza desconocida arrastraba por el desierto de la vida, camino de un ideal vagamente comprendido.



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