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Compartido por: @sabad el 2012-12-11 Leer en pantalla | PDF | Favorito |
La conducta de las marmotas parece estar marcada por un instinto fundamental: la prudencia. Aunque los individuos jóvenes sientan inclinación a curiosear lejos o correr aventuras, los adultos no se lo permiten. La familia no se aleja de su madriguera más que unos pasos.
En las cálidas mañanas estivales, sólo cuando el sol está ya muy alto, las marmotas asoman el hocico al exterior de su escondrijo, escrutan en todas direcciones, olfatean, escuchan los menores ruidos... y no se atreven a salir más que cuando están plenamente convencidas de que no existe peligro.
Erguidas sobre sus patas posteriores, arrancan con las uñas los bocados más tiernos de las plantas situadas en las cercanías. Beben muy poco. Una vez saciadas, se tienden plácidamente al sol. Pero dejando siempre a una de ellas de centinela: ésta les avisará con un silbido cualquier posible amenaza o la inminencia de un cambio de tiempo.
Durante el invierno –puesto que falta sol, tan apreciado por ellas– no les queda más remedio que dormir en su madriguera. Obstruyen su entrada y permanecen aletargadas hasta el verano siguiente.
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