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En un precioso prado del valle del rocío vivía el grillo Cristóbal. De pequeño, Cristóbal fue un grillo como los demás, alegre y curioso. Pero en cuanto se hizo mayor se fue convirtiendo en un tipo triste y solitario.
_¿Qué le pasará a Cristóbal?, preguntaba extrañada la luciérnaga Aurora.
-¿Qué bicho le habrá picado a Cristóbal?, decía su amigo Alfredo el mosquito.
Por fin, un día se hizo público el motivo de la tristeza del grillo. En la asamblea de insectos, al amanecer, Cristóbal confesó avergonzado:
- Cri, cri, cri, cri, yo...yo desafino al cantar, cri, cri. Hace tiempo que decidí permanecer callado. Aquella revelación desató murmullos de asombro.
- ¡Cristóbal desafina!
- ¡Un grillo condenado al silencio!
Todos se compadecieron del pobre Cristóbal, y lo miraron apenados sin saber que decirle. El grillo sintió la vergüenza de aquellas miradas de compasión clavadas en sus antenas.
Así pasaron los días. A nadie se le ocurrió nada para ayudar a Cristóbal. Por fin, un mañana, Plácido un alegre ruiseñor se encontrópor casualidad con Cristóbal junto al avellano. El grillo y el pájaro comenzaron a hablar del tiempo; y congeniaron también que acabaron hablando de sus vidas. Cristóbal le contó su terrible secreto a Plácido.
-¡No te preocupes, eso tiene arreglo!. No hagas planes para la próxima semana. Te espero todos los días, a partir del lunes, de 8 a 2, en el bosque de los arándanos, ¡sé puntual!.
Todas las mañanas, durante siete días, Cristóbal asistió a las clases de canto de Plácido. Y resultó ser un alumno aventajado, enseguida aprendió y fue la alegría del prado.
-¡Escuchad! ¿No es Cristóbal?
Un eco de sorpresa se propagó por el campo. Y gracias a Plácido, Cristóbal volvió a ser el grillo dicharachero de su infancia.
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