Cuento de Navidad (fragmento)
22/12/2021 - S.M.G. - 6ºC
Texto
Obra: Cuento de Navidad
Autor: Charles Dickens
Música
Obra: Sad Christmas
Autor: Tilmann Sillescu
Érase una vez -concretamente en los días mejores del año, la víspera de Navidad, el día de Nochebuena- en que el viejo Scrooge estaba muy atareado sentado en su despacho. El tiempo era frío, desapacible y cortante; además, con niebla. Se podía oír el ruido de la gente en el patio de fuera, caminando de un lado a otro con jadeos, palmeándose el pecho y pateando el suelo para entrar en calor. Los relojes de la ciudad acababan de dar las tres, pero ya casi había oscurecido; no había habido luz en todo el día y las velas brillaban en las ventanas de las oficinas cercanas como manchas rojizas en la espesa atmósfera parda. Bajó la niebla y fluyó por todas las junturas, resquicios, ojos de cerradura, y en el exterior era tan densa que, aunque el patio era de los más estrechos, las casas de enfrente no eran más que sombras. Al ver como caía desmayadamente la sucia nube oscureciendo todo, se hubiera pensado que la Naturaleza vivía cerca y estaba elaborando cerveza en gran escala.
La puerta del despacho de Scrooge permanecía abierta de modo que pudiera atisbar a su empleado que estaba copiando cartas en una deprimente y pequeña celda, una especie de cisterna. Scrooge tenía un fuego muy escaso, pero la lumbre del empleado era todavía mucho más pequeña: parecía un solo tizón. Pero no podía recargar la estufa porque Scrooge guardaba el carbón en su propio cuarto, y seguro que si el empleado entraba con la pala su jefe anticiparía que tenían que marcharse ya. Por consiguiente, el empleado se arropó con su bufanda blanca a intentó calentarse con la vela; no era hombre de gran imaginación y fracasaron sus esfuerzos.
—¡Feliz Navidad, tío; que Dios lo guarde!- exclamó una alegre voz. Era la voz del sobrino de Scrooge, que apareció ante él con tal rapidez que no tuvo tiempo a darse cuenta de que venía.
—¡Bah! ‑dijo Scrooge‑. ¡Tonterías!
El sobrino de Scrooge estaba todo acalorado por la rápida caminata bajo la niebla y la helada; tenía un rostro agraciado y sonrosado; sus ojos chispeaban y su aliento volvió a condensarse cuando dijo:
—¿Navidad una tontería, tío? Seguro que no lo dices en serio.
—Sí que lo digo. ¡Feliz Navidad! ¿Qué derecho tienes a ser feliz? ¿Qué motivos tienes para estar feliz? Eres pobre de sobra.
—Vamos, vamos ‑respondió el sobrino cordialmente‑. ¿Qué derecho tienes a estar triste? ¿Qué motivos tienes para sentirte desgraciado? Eres rico de sobra.
Scrooge no supo repentizar una respuesta mejor y dijo otra vez:
— ¡Bah! ‑y siguió con‑ ¡Tonterías!
— No te enfades, tío -dijo el sobrino.
— ¿Cómo no me voy a enfadar ‑respondió el tío‑, si vivo en un mundo de locos como éste? ¡Felices Pascuas! ¡Y dale con Felices Pascuas! ¿Qué son las Pascuas sino el momento de pagar cuentas atrasadas sin tener dinero; el momento de darte cuenta de que eres un año más viejo y ni una hora más rico; el momento de hacer el balance y comprobar que cada una de las anotaciones de los libros te resulta desfavorable a lo largo de los doce meses del año? Si de mí dependiera ‑dijo Scrooge con indignación‑, a todos esos idiotas que van por ahí con el "Felices Navidades" en la boca habría que cocerlos en su propio pudding y enterrarlos con una estaca de acebo clavada en el corazón. Eso es lo que habría que hacer.
— ¡Tío! -imploró el sobrino.
— ¡Sobrino! -replicó el tío secamente-, celebra la Navidad a tu modo, que yo la celebraré al mío.
— ¡Celebraré! -repitió el sobrino de Scrooge-. Pero si tú no celebras nada…
— Entonces déjame en paz -dijo Scrooge-. ¡Que te aprovechen! ¡Mucho te han aprovechado!
— Puede que haya muchas cosas buenas de las que no he sacado provecho -replicó el sobrino-, entre ellas la Navidad. Pero estoy seguro de que al llegar la Navidad ‑aparte de la veneración debida a su sagrado nombre y a su origen, si es que eso se puede apartar‑ siempre he pensado que son unas fechas deliciosas, un tiempo de perdón, de afecto, de caridad; el único momento que concozco en el largo calendario del año, en que hombres y mujeres parecen haberse puesto de acuerdo para abrir libremente sus cerrados corazones y para considerar a la gente de abajo como compañeros de viaje hacia la tumba y no como seres de otra especie embarcados en otro destino. Y por tanto, tío, aunque nunca ha puesto en mis bolsillos un gramo de oro ni de plata, creo que sí me ha aprovechado y me seguirá aprovechando; por eso digo: ¡bendita sea!»
El escribiente de la cisterna aplaudió involuntariamente; se dio cuenta en el acto de su inconveniencia, se puso a hurgar en la lumbre y se apagó del todo el último rescoldo.
— Que oiga yo otro ruido de usted -dijo Scrooge-. Y va a celebrar la Navidad con la pérdida del empleo.