La sombra del gato y otros relatos de terror (fragmento)

06/11/2024 - T.G.M. - 5ºB

Texto

Obra: La sombra del gato y otros relatos de terror
Autor: Concha López Narváez

Música

Obra: Desconocido

Los desesperados maullidos podían oírse en toda la casa. La señora Croussac se apresuró a descender las escaleras, y cuando entró en el sótano, encontró a Marguerite apoyada en la pared, intensamente pálida.

La anciana criada le señaló a la gata, que se retorcía de dolor; a su lado, tres cachorros, pequeños e indefensos como todos los recién nacidos, buscaban inútilmente la protección de su madre.

—Parece que algo se le ha roto dentro. Me está destrozando los nervios verla padecer de ese modo —dijo.

—¿No puedes hacer nada para ayudarla?

—¿Cómo? No consigo acercarme a ella, ya ve usted de qué forma se revuelve; ni siquiera permite que la roce. Nunca había visto sufrir a un animal de esta manera.

La señora Croussac miró a la gata con un gesto de compasión e impotencia; aquellos terribles maullidos comenzaban también a destrozarle los nervios; pero cesaron de súbito, después de una tremenda convulsión, y el martirizado cuerpo quedó rígido e inmóvil.

La señora Croussac y Marguerite cruzaron una aliviada mirada de comprensión. Tras unos momentos de espera, Marguerite se adelantó para comprobar si, como pensaba, había dejado de sufrir definitivamente. Un nuevo y estremecedor maullido, semejante a un grito humano, la hizo retroceder sobrecogida.

En ese momento la luna, roja y llena, asomó por el ventanuco y un haz de rayos fue a dar sobre la gata, que otra vez se retorcía, presa de movimientos tan convulsos y desesperados que la señora Croussac se dio la vuelta para no contemplarlos.

Se disponía a marchar del sótano, pero una exclamación de Marguerite la detuvo.

Cuando volvió a mirar al animal, los terribles sufrimientos por fin habían cesado; sin embargo, de su garganta escapaba un débil y continuo jadeo, y su cuerpo, aunque ya quieto, no daba sensación de reposo, sino que se encogía, extrañamente tenso.

A la señora Croussac le pareció que tenía los ojos atemorizados y estupefactos. Siguiendo su mirada, vio que en el suelo, pendiente del cordón umbilical, había un cachorro negro extremadamente grande.

Cuando, sorprendida, se acercó para observarlo, el recién nacido bufó con furia y alargó las zarpas. Pero esto, con ser insólito, no fue lo que la obligó a buscar el apoyo de la pared presa de una repentina sensación de desvanecimiento, sino la mirada malévola de los ojos color amarillo fuego, que se clavaban en los suyos.

—Marguerite, los ojos —susurró estremecida.

La anciana criada se aproximó para ver lo que su señora le indicaba y retrocedió inmediatamente.

—¡Dios mío! Ha nacido con los ojos abiertos. Este gato parece hijo del Diablo —casi gritó.