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Navidad

Compartido por: @sabad el 2013-11-13 Leer en pantalla | PDF | Favorito

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Los tres reyes han salido de sus palacios. Los tres son viejecitos. El rey Melchor es alto, con una barba blanca, con sus ojos azules, con sus anteojos de oro. El rey Baltasar es bajo, un tanto encorvado, con un bigote largo y una perilla más larga todavía. El rey Gaspar va afeitado, pulcro, correcto, pero su nariz cae un poco en gancho sobre la boca y en la comisura de sus labios hay algo como una sonrisa inquietante, irónica. Yo os digo desde este instante, pequeños amigos míos, que no perdáis de vista a este viejecito....

Los tres reyes van caminando durante la noche por un camino largo; las estrellas brillan, serenas, rutilantes, en la bóveda negra; abajo, en la tierra, tal vez en la lejanía remota, se ve el resplandor incierto de una lucecita. Esta lucecita indica una ciudad. Los reyes han llegado ya a esta ciudad y van a detenerse ante las casas; ya van a meter las manos en sus grandes arcas; ya van a dejar en los balcones sus ansiados regalos. Pero los tres se detienen un momento antes de penetrar en la ciudad. Antes, estos reyes eran muy ricos y les ponían regalos a todos los niños de todas las casas, de todas las ciudades; pero el tiempo ha corrido mucho; las circunstancias han cambiado mucho para los reyes, y estos tres excelentes monarcas, a fuerza de repartir sus dones, han visto mermar sus riquezas. Quiero deciros que Gaspar, que Baltasar y que Melchor se ven todos los años en el terrible compromiso de tener que elegir a qué niños dejar sus presentes.

Los tres reyes se han detenido a las puertas de la ciudad. Melchor, el de la barba blanca y los ojos azules, abre su arcón para para inspeccionar qué es lo que queda en él. Baltasar, el de la perilla y el bigote, hace también recuento en sus arcas y baúles. Gaspar, pequeños amigos míos, no tiene arca, no tiene equipaje, no tiene ningún camello, ni caballo, ni asno en que llevar lo que ha de regalar a los niños, pero tiene una nariz un poco encorvada y unos labios que expresan una ironía suave e inquietante.

Los tres reyes entran en la ciudad. Como no tienen para todos, dejan sus regalos en unos balcones y pasan de largo ante otros. He de deciros que, para que sean más los niños favorecidos, los tres reyes han acordado que cada uno haga su donación a cada niño. Y así, de tarde en tarde, Melchor se para delante de una casa y abre su arcón; luego deja en la ventana su dádiva. Lo que este rey de la barba blanca regala se llama: Conocimiento.

Al cabo de un largo rato, Baltasar se detiene ante otra casa y mete la mano en su tesoro; después pone su dádiva en la ventana. Lo que este rey del bigote y de la perilla dona tiene por nombre: Bondad.

Y solo este histórico rey Gaspar, este rey de la nariz picuda y de los labios apretados, sólo este rey pasa, y pasa, y pasa ante los balcones y solo se detiene ante uno, o dos, o tres de cada ciudad. Y ¿qué es lo que hace entonces el rey Gaspar? ¿Qué es lo que regala este rey? ¿Por qué es tan sórdido, tan avaro, tan riguroso en sus regalos? Todo el tesoro de este rey está en una diminuta caja de plata que él lleva en uno de los bolsillos de su levita. Cuando Gaspar se detiene ante un balcón, muy de tarde en tarde, echa mano de su pequeña caja, la abre con cuidado y deja su regalo. No es nada lo que ha puesto; es una cosa insignificante; es como humo que se disipa al menor viento; pero este niño favorecido con tal regalo gozará de él durante toda su vida y no se separarán de él ni la felicidad ni la alegría.

El rey Gaspar ha depositado ya su regalo. Sus ojos verdes brillan fosforescentes; su nariz parece que baja más sobre la boca, y en los labios se dibuja con más profundidad su vaga ironía. Acercaos, pequeños amigos míos, que os quiero decir lo que el rey Gaspar lleva en su cajita. Sobre la tapa, con letras diminutas, pone: Ilusiones.