Texto expositivo argumentativo muy recomendable para estudiar las diferentes propiedades del texto.
Paraísos veniales
Obra: Artículo | Autor: Antonio Muñoz Molina | Tipo de texto: Argumentativo | Etapa: Primaria | Lecturas: 1297
Compartido por: Alexis1976 el 2011-10-09
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Una de las formas menores, aunque no irrelevantes, de la melancolía humana procede de la imposibilidad de tomar café, o de la resignación a tomar un café muy malo, ese sucedáneo ultrajante que sirven en Estados Unidos, y cuya ignominia suele venir acompañada por el vaso de corcho sintético en que nos lo sirven y por la pajita de plástico con la que nos vemos reducidos a mover tristemente el azúcar. Quien pasa un cierto tiempo en ese país acaba teniendo nostalgia no ya del sabor y el aroma del café negro y verdadero, sino también de la porcelana de las tazas, del tacto y el tintineo de las cucharillas, que es un indicio sonoro de la felicidad.

Los paraísos artificiales del hachís y el alcohol han perdido mucho prestigio desde que los celebraba Baudelaire, pero en las sociedades regidas por la superstición y la tiranía de lo sanitario hasta los placeres más modestos del paladar son rodeados por un aura siniestra de advertencia y proscripción. Beber un vaso de vino en una comida cotidiana resulta tan excepcional como terminarla con un café. Las tiendas norteamericanas de alimentación son de una feracidad abrumadora, de un colorido de trópico y mercado colonial, pero cada producto lleva inscrito en su envase o en su envoltorio un informe dietético en letra diminuta, un tratado exhaustivo sobre los componentes químicos, los valores nutritivos, los posibles peligros, por remotos que sean, que acechan a quien se atreva a ingerir ese alimento. La comida es una mezquina contabilidad de grasas, proteínas, hidratos de carbono, una actividad medicinal. Yo he comprado en una tienda de licores una botella de rioja y después de dejarme la vista leyendo en la etiqueta su composición química y sus riesgos para el organismo, el vaso de tinto que en España me había sabido siempre a gloria adquiere una sospechosa cualidad de brebaje: ya no era vino, ya era la suma de sus partículas químicas, y beberlo casi dejaba de ser un placer para convertirse en un mero trámite de metabolismo.

Después de una triste comida sin un vaso de vino y sin aceite, se toma uno una taza de ese café que llaman americano y en el estómago le queda una pesadumbre irremediable, una desgana triste de vivir. El café, decían a modo de consuelo, de advertencia, no le sienta bien al corazón, el vino es malo para las arterias, el aceite es un venenoso depósito de colesterol. El peligro casi ennoblecía esos placeres, aproximándolos en su modestia a los paraísos artificiales del romanticismo. Uno podía morirse de náuseas con una calada de hachís o sentirse horriblemente enfermo después de abusar una noche de los licores destilados, pero unos vasos de vino tinto amenizados de conversación y de sabroso tapeo le concedían un principio suave de embriaguez muy parecido a la felicidad sin provocarle remordimientos ni efectos secundarios, y un café, aunque dañara el corazón, ya le daba la vida antes siquiera de beberlo, nada más que oliendo a primera hora de la mañana su aroma caliente, escuchando el ligero borboteo en la cafetera aún no retirada del fuego. Hace ya bastantes años, yo no disfrutaba del café de la sobremesa si no fumaba al mismo tiempo un cigarrillo: dejé el tabaco y al principio pensaba que ya no valdría la pena tomar café, pero al poco tiempo descubrí que lo saboreaba más aún, porque ya no tenía el paladar ni el olfato anestesiados por el humo, el alquitrán y la nicotina.

No tengo ninguna nostalgia del tabaco, pero creo que no sabría resignarme a la ausencia del aceite de oliva, del vino y del café, placeres veniales que tal vez son los síntomas y los atributos de una forma muy alta de civilización, de un refinamiento supremo de las cosas comunes, de los alimentos que pueden ser gozados por todos, que favorecen una dicha templada, incompatible con la prisa y también con la brutalidad. Los puritanos de la alimentación, los agoreros de la salud, han estado amenazando siempre con el castigo infalible que espera a quien se atreve a gozar de los frutos prohibidos. Pero ahora resulta, según los hallazgos de la medicina, que el aceite de oliva, el vino tinto, el café, además de hacernos más deleitable la vida, son excelentes para la salud, nos vigorizan el cuerpo y el alma con más eficacia que esos complejos vitamínicos que engullen los obsesos como si tomaran la eucaristía de una fe fanática. Para una mente reglamentaria y puritana es inconcebible que haya salud sin privación y gozo sin castigo. No saben que en una taza de café o en un vaso de vino puede estar contenida una fracción del paraíso terrenal.



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