Si a ti te gusta que té cuente un cuento,
escucha lo que sigue muy atento.
En la desembocadura de aquel río
vivía el pato Romeo desde crío,
y era tan corto, tan corto de vista,
que un día decidió ir al oculista.
El oculista lo pensó un buen rato
y por fin le calzó gafas al pato.
-¡Vaya! -dijo Romeo-, soy feliz:
hasta veo un lunar en su nariz.
Si quieres saber más de nuestra historia,
afina bien oídos y memoria.
Romeo, que era algo estrafalario,
se dispuso a volar en solitario
y a subir por el río hasta su nacimiento
con gafas y macuto, ¡y no te miento!
-Hijo -dijo su madre-, tal paseo
puede costarte caro, porque veo
que llevas el macuto muy pesado
y volar no es igual que andar a nado.
Si te interesa que te cuente más,
atiende a lo que sigue y ya verás.
-Cuá, madre, este macuto no me pesa;
quítate esas ideas de la cabeza.
-Adiós, hijito, ¡cuídate la tripa!
-Descuida, madre, ¡lo pasaré pipa!
Romeo voló mucho, mucho rato,
hasta que, ¡zas!, cayó el pato.
Pato, macuto y gafas han caído
en un paraje solo y escondido.
Diente Flojo, castor espabilado,
vio a Romeo casi desmayado.
Entonces se acercó y así le dijo:
-¡Venga!, te llevo a casa; vamos, hijo.
Mucho rato nadaron los dos
por el cauce del río: plif, plof.
Pero en la desembocadura,
Diente Flojo perdió la dentadura.
Y para que esta historia no termine mal,
te proponemos que inventes tú el final.
escucha lo que sigue muy atento.
En la desembocadura de aquel río
vivía el pato Romeo desde crío,
y era tan corto, tan corto de vista,
que un día decidió ir al oculista.
El oculista lo pensó un buen rato
y por fin le calzó gafas al pato.
-¡Vaya! -dijo Romeo-, soy feliz:
hasta veo un lunar en su nariz.
Si quieres saber más de nuestra historia,
afina bien oídos y memoria.
Romeo, que era algo estrafalario,
se dispuso a volar en solitario
y a subir por el río hasta su nacimiento
con gafas y macuto, ¡y no te miento!
-Hijo -dijo su madre-, tal paseo
puede costarte caro, porque veo
que llevas el macuto muy pesado
y volar no es igual que andar a nado.
Si te interesa que te cuente más,
atiende a lo que sigue y ya verás.
-Cuá, madre, este macuto no me pesa;
quítate esas ideas de la cabeza.
-Adiós, hijito, ¡cuídate la tripa!
-Descuida, madre, ¡lo pasaré pipa!
Romeo voló mucho, mucho rato,
hasta que, ¡zas!, cayó el pato.
Pato, macuto y gafas han caído
en un paraje solo y escondido.
Diente Flojo, castor espabilado,
vio a Romeo casi desmayado.
Entonces se acercó y así le dijo:
-¡Venga!, te llevo a casa; vamos, hijo.
Mucho rato nadaron los dos
por el cauce del río: plif, plof.
Pero en la desembocadura,
Diente Flojo perdió la dentadura.
Y para que esta historia no termine mal,
te proponemos que inventes tú el final.