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No cantaron ni contaron historias aquel día, aunque el tiempo mejoró; ni al díasiguiente, ni al otro. Habían empezado a sentir que el peligro estaba bastantecerca y a ambos lados. Acamparon bajo las estrellas, y los caballos comieronmejor que ellos mismos, pues la hierba abundaba, pero no quedaba mucho en loszurrones, aun contando con lo que habían sacado a los trolls. Una mañanavadearon un río por un lugar ancho y poco profundo, resonante de piedras yespuma. La orilla opuesta era escarpada y resbaladiza. Cuando llegaron a lacresta, guiando los poneys, vieron que las grandes montañas descendían ya muycerca hacia ellos. Parecían alzarse a sólo un día de cómodo viaje desde la faldamás cercana. Tenían un aspecto tenebroso y lóbrego, aunque había manchas desol en las laderas oscuras, y más allá centelleaban las cumbres nevadas.
—¿Es aquella la Montaña? —preguntó Bilbo con voz solemne, mirándola conasombro. Nunca había visto antes algo que pareciese tan enorme.
—¡Desde luego que no! —dijo Balin—. Esto es sólo el principio de las Montañas Nubladas, tenemos que cruzarlas de algún modo, por encima o por debajo, antes de que podamos internarnos en las Tierras Ásperas de más allá. Y aún queda un largo camino desde el otro lado hasta la Montaña Solitaria de Oriente en la que Smaug yace tendido sobre el tesoro.
—¡Oh! —dijo Bilbo, y en aquel mismo instante se sintió cansado como nunca entonces. Añoraba una vez más la silla confortable delante del fuego y la salita preferida en el agujero—hobbit, y el canto de la marmita. ¡No por última vez! Gandalf encabezaba ahora la marcha. —No nos salgamos del camino, o ya nada podrá salvarnos —dijo—, Necesitamos comida, en primer lugar, y descanso con una seguridad razonable; además es muy importante internarse en las Montañas
Nubladas por el sendero apropiado, o de lo contrario os perderéis y tendréis quevolver y empezar de— nuevo por el principio (si llegáis a volver).
Le preguntaron hacia dónde estaba conduciéndolos, y él respondió: —Habéisllegado a los límites mismos de las tierras salvajes, como algunos sabéis sin duda.Oculto en algún lugar delante de nosotros está el hermoso valle de Rivendel,donde vive Elrond en la Última Morada. Le envié un mensaje por mis amigos y nosestá esperando.
Aquello sonaba agradable y reconfortante pero no habían llegado aún, y no eratan fácil como parecía encontrar la Última Morada al oeste de las Montañas. Nohabía árboles, valles o colinas que quebrasen el terreno delante de ellos: la vastapendiente ascendía poco a poco hasta el pie de la montaña más próxima, unaancha tierra descolorida de brezo y piedra rota, con manchas de latigazos deverde de hierbas y verde de musgos que señalaban dónde podía haber agua.
Pasó la mañana, llegó la tarde; pero no había señales de que alguien habitara enese yermo silencioso. La inquietud de todos iba en aumento, pues veían ahoraque la casa podía estar oculta casi en cualquier lugar entre ellos y las montañas.Se encontraban de pronto con valles inesperados, estrechos, de paredesescarpadas, que se abrían de súbito, y ellos miraban hacia abajo y sesorprendían, pues había árboles y una corriente de agua en el fondo. Algunosdesfiladeros casi hubieran podido cruzarnos de un salto, pero eran en cambio muyprofundos, y el agua corría por ellos en cascadas. Había gargantas oscuras queno podían cruzarse sin trepar.
Había ciénagas; algunas eran lugares verdes de aspecto agradable, donde crecían flores altas y luminosas; pero un poney que caminase por allí llevando una carga nunca volvería a salir.
Por cierto, era una tierra que se extendía desde el vado a las montañas, de unavastedad que nunca hubieseis llegado a imaginar. Bilbo estaba asombrado. Unaspiedras blancas, algunas pequeñas y otras medio cubiertas de musgo o brezo,señalaban el único sendero. En verdad era una tarea muy lenta la de seguir elrastro, aun guiados por Gandalf, que parecía conocer bastante bien el camino.
La cabeza y la barba de Gandalf se movían de aquí para allá cuando buscaba laspiedras y ellos lo seguían; pero cuando el día empezó a declinar no parecíanhaberse acercado mucho al término de la busca. La hora del té había pasadohacia tiempo y parecía que la de la cena pronto iría por el mismo camino. Habíamariposas nocturnas que revoloteaban alrededor y la luz era ahora muy débil,pues aún no había salido la luna. El poney de Bilbo comenzó a tropezar en raícesy piedras. Llegaron tan de repente al borde mismo de un declive abrupto, que elcaballo de Gandalf casi resbaló pendiente abajo.
—¡Aquí está, por fin! —anunció el mago, y los otros se agruparon en torno ymiraron por encima del borde. Vieron un valle allá abajo.Podían oír el murmullo del agua que se apresuraba en el fondo, sobre un lecho depiedras; en el aire había un aroma de árboles, y en la vertiente del otro ladobrillaba una luz. Bilbo nunca olvidó cómo rodaron y resbalaron en el crepúsculo, bajando por el sendero empinado y zigzagueante hasta entrar en el valle secretode Rivendel. El aire era más cálido a medida que descendían, y el olor de lospinos amodorraba a Bilbo, quien de vez en cuando cabeceaba y casi se caía, odaba con la nariz en el pescuezo del poney. Todos parecían cada vez másanimados mientras bajaban.
Las hayas y robles sustituyeron a los pinos, y el crepúsculo era como unaatmósfera de serenidad y bienestar. El último verde casi había desaparecido de lahierba, cuando llegaron al fin a un claro despejado, no muy por encima de lasriberas del arroyo.
"¡Hummm! ¡Huele como a elfos!" pensó Bilbo, y levantó los ojos hacia las estrellas.Ardían brillantes y azules. Justo entonces una canción brotó de pronto, como unarisa entre los árboles:
¡Oh! ¿Qué hacéis,
y a dan de vais?
¡Hay que herrar esos poneys!
¡El río corre!
¡Oh! ¡Tra—la—la—lalle,
aquí abajo en el valle!
¡Oh! ¿Qué buscáis,
y a dónde vais?
¡Los leños humean,
las tartas se doran!
¡Oh! ¡Tral—lel—lel—lelle,
el valle es alegre? ¡Ja! ¡Ja!
¡Oh! ¿Hacía dónde vais
meneando las barbas?
No, no, no sabemos
que trae a Bolsón
y a Balín, y. Dwalin
abajo hacia el valle
en junio, ¡Ja! Ja!
Oh! ¿Aquí os quedareis,
o en seguida os iréis?
¡Se extravían los poneys!
¡La luz del día muere!
Sería malo irse;
mucho mejor quedarse,
y escuchar y atender
hasta el fin de la noche
nuestro canto. Ja! ¡Ja!
De esta manera reían y cantaban entre los árboles, y vaya desatino, pensaréisvosotros, supongo. Pero no les importaría nada si se lo dijeseis; se reirían todavíamás. Eran elfos desde luego. Pronto Bilbo empezó a distinguirlos, a medida queaumentaba la oscuridad. Le gustaban los elfos, aunque rara vez tropezaba conellos, pero al mismo tiempo lo asustaban un poco. Los enanos no se llevaban biencon aquellas criaturas. Aun enanos bastante simpáticos, como Thorin y susamigos, pensaban que los elfos eran tontos (un pensamiento muy tonto, porcierto), o se enfadaban con ellos. Pues algunos elfos les tomaban el pelo y sereían de los enanos, y sobre todo de sus barbas.
—¡Bueno, bueno! —dijo una voz— ¡Miren qué cosa! ¡Bilbo el hobbit en un poney,cielos! ¿No es delicioso?
—¡Maravilla de maravillas!
En seguida se pusieron a corear otra canción, tan ridícula como la que he copiadoentera. Al fin uno, un joven alto, salió de los árboles y se inclinó ante Gandalf yThorin.
—¡Gracias! —dijo Thorin con alguna brusquedad, pero Gandalf había bajado yadel caballo y charlaba alegre entre los elfos.
—Te has desviado un poco del camino —dijo el elfo—. Es decir, si quieres ir por elúnico sendero que cruza el río hacia la casa de más allá. Nosotros te guiaremos,pero sería mejor que fueseis a pie hasta pasar al puente. ¿Te quedarás un rato ycantarás con nosotros, o te marcharás en seguida? Allá se está preparando lacena —dijo—. Puedo oler el fuego de leña de la cocina.
Cansado como estaba, a Bilbo le hubiese gustado quedarse un rato. El canto delos elfos no es para perdérselo, en junio bajo las estrellas, si te interesan esascosas. También le hubiese gustado tener unas pocas palabras aparte con estasgentes, que parecían saber cómo se llamaba y todo acerca de él, aunque nuncalos hubiese visto. Pensaba que la opinión de los elfos sobre la aventura podría ser interesante. Los elfos saben mucho y es asombroso cómo están enterados de loque ocurre entre las gentes de la tierra, pues las noticias corren entre ellos tanrápidas como el agua de un río, o tal vez más.
Pero los enanos estaban todos de acuerdo en cenar cuanto antes y no quedarsemucho tiempo. Siguieron adelante, guiando a los poneys, hasta que llegaron a unabuena senda, y así por fin al borde del mismo río. Corría rápido y ruidoso, como unarroyo de la montaña en un atardecer de verano, cuando el sol ha estadoiluminando todo el día la nieve de las cumbres. Sólo había un puente estrecho depiedra, sin parapeto, tan estrecho que apenas si cabía un poney, y tuvieron quecruzarlo despacio y con cuidado, en fila, llevando cada uno un poney por lasriendas. Los elfos habían traído faroles brillantes a la orilla y cantaron unaanimada canción mientras el grupo iba pasando.
—¡No mojes tu barba con la espuma, padre! —le gritaron a Thorin, que de tanencorvado iba casi a gatas—, Ya es bastante larga sin necesidad de que la mojes.
—¡Cuidado con Bilbo, no se vaya a comer todos los bizcochos! —dijeron—.¡Todavía está demasiado gordo para colarse por el agujero de la cerradura!
—¡Silencio, silencio, Buena Gente! ¡Y buenas noches! —dijo Gandalf, que habíallegado último—. Los valles tienen oídos, y algunos elfos tienen lenguasdemasiado sueltas. ¡Buenas noches!
Y así llegaron por fin a la Última Morada y encontraron las puertas abiertas de paren par.
Ahora bien, parece extraño, pero las cosas que es bueno tener y los días que sepasan de un modo agradable se cuentan muy pronto y no se les presta demasiadaatención; en cambio, las cosas que son incómodas, estremecedoras, y aunhorribles, pueden hacer un buen relato, y además lleva tiempo contarlas. Sequedaron muchos días en aquella casa agradable, catorce al menos, y les costóirse. Bilbo se hubiese quedado allí con gusto para siempre, incluso suponiendoque un deseo hubiera podido transportarlo sin problemas directamente de vueltaal agujero—hobbit. No obstante, algo hay que contar sobre esta estancia. El dueño de casa era amigo de los elfos, una de esas gentes cuyos padresaparecen en cuentos extraños, anteriores al principio de la historia misma, lasguerras de los trasgos malvados y los elfos, y los primeros hombres del Norte. Enlos días de nuestro relato, había aún algunas gentes que descendían de los elfos ylos héroes del Norte; y Elrond, el dueño de casa, era el jefe de todos ellos.
Era tan noble y de facciones tan hermosas como un señor de los elfos, fuertecomo un guerrero, sabio como un mago, venerable como un rey de los enanos, ybenévolo como el estío. Aparece en muchos relatos, pero la parte que desempeñaen la historia de la aventura de Bilbo es pequeña, aunque importante, como veréis,si alguna vez llegamos a acabarla. La casa era perfecta tanto para comer o dormircomo para trabajar, o contar historias, o cantar, o simplemente sentarse y pensarmejor, o una agradable mezcla de todo esto. La perversidad no tenía cabida enaquel valle.
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